domingo, 13 de mayo de 2018

"Acercamiento a la Literatura Infantil y Juvenil" de José R. Cortés Criado


Acercamiento 

a la Literatura Infantil 

y Juvenil





Por José R. Cortés Criado


El sistema educativo, que ha sufrido algunos grandes cambios en las últimas décadas, ha conseguido, entre otras mejoras, la escolarización de todos los niños y niñas del país, ha alargado el período de estudios, ha reducido drásticamente el analfabetismo y ha potenciado la Literatura para todas las edades, por lo que el niño nada más nacer entra en contacto con la literatura, a pesar de no saber leer.

Actualmente se venden libros almohadas, libros galletas, libros de goma espuma, de tela o de plásticos ideales para el baño y para que el bebé los manosee o muerda con sus encías desdentadas, junto al cuento electrónico o tableta digital para que los toque e interactúe, entrando de lleno en el mundo de los libros antes de iniciarse en el conocimiento de la palabra escrita, y como escribe Teresa Durán, “En lo que respeta al libro infantil estamos asistiendo actualmente a la mayor variedad de formatos, materiales registros y contenidos que jamás haya existido” (Durán, Teresa, 2002, p. 80)

Y como los libros de lectura buscan cada vez destinatarios más jóvenes, la imagen cobra mayor protagonismo en la edición actual, porque lo que se pretende es poner a los pequeños en contacto con los libros desde el momento de su nacimiento para forjar un vínculo entre ellos y la literatura.

Además, el lenguaje iconográfico y el escrito se complementan en todo acto comunicativo, siendo más fácil que los bebés asocien la imagen del objeto representado con determinados elementos que les sean familiares e ignoren la simbología que encierran las letras. Hay que destacar que tanto la palabra como la imagen son elementos fundamentales para la comunicación humana, y aparecen frecuentemente asociados.

Por ello, en el mercado se encuentran libros para ser manipulados por los más pequeños repletos de imágenes y casi carentes de texto, impresos sobre soportes distintos al papel, e incluso con muñecos-personajes que se desprenden del libro y/o marionetas que facilitan la narración del cuento al adulto, así como con artilugios reproductores de diferentes sonidos o tabletas electrónicas de manipulación intuitiva.

Las variedad de libros para primeros lectores es muy amplia, entre ellos podemos contemplar “libros con imágenes fijas o móviles, con superficie de distinta rugosidad, para desarrollar el sentido del tacto; de diferentes olores, para trabajar el olfato; con sonido incorporado, con páginas partidas que permiten cambiar la mitad de la escena dibujada y enriquecer la lectura, pero todos ellos con un desarrollo lógico del cuento que hace posible su lectura sin la ayuda de la palabra escrita” (Cortés Criado, José R., 1997, 20).

            LA TRADICIÓN ORAL Y LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

También es cierto que el ser humano nace ágrafo, y que la literatura, a fin de cuentas, existió antes de que naciera el texto escrito,  como lo prueba la longevidad de la literatura de tradición oral en todas las civilizaciones y su subsistencia, puesto que con muy pocas excepciones, los niños prefieren la narración de un cuento a su lectura,  porque un relato contado es mucho más espontáneo y enriquecedor que uno leído.

Rodríguez Almodóvar concede un gran valor a los cuentos maravillosos, por cuanto ayudan a configurar el imaginario común que une a las distintas civilizaciones, cuando afirma que las narraciones orales “constituyen el proyecto cultural más ambicioso de que ha sido capaz la fantasía colectiva, para dotarse de una cultura compartida, capaz de integrar a los numerosos pueblos” (Rodríguez Almodóvar, Antonio, 2004, p. 6)

Es indudable la importancia que la tradición oral tiene en la formación lectores, porque la palabra viene cargada de imágenes en movimiento. El cuento, las fábulas, las rimas, los romances…, conectan al niño con una cultura creada colectivamente a lo largo de los tiempos y los hace partícipes de la misma.

Los pequeños que escuchan, “leen con otro código distinto al de la lectura de grafías, porque son capaces de leer el color que la entonación puede dar a las palabras, los sentimientos que nos transmiten, la emoción de las pausas, el ritmo del relato, los gestos del rostro, de las manos, de todo el cuerpo y además  diferencian entre el relato de la acción y el diálogo de los personajes” (Cortés Criado, José R., 1997, p. 12).

A pesar de que la literatura de tradición oral no fue concebida para un público infantil, cuando se registró en forma escrita se hizo casi siempre pensando en ese segmento de la población. Este pase de la oralidad a la escritura efectuada para los más jóvenes, ha permitido que los cuentos tradicionales sigan presentes en las mentes de todos, y se pueda afirmar que el folklore como forma literaria viva radica esencialmente en la literatura infantil. 

Gracias a esta especie de transmigración, el relato maravilloso ha conservado las huellas de numerosísimos ritos y costumbres, como nos recuerda Vladimir Propp, hasta nuestros días, coincidiendo con Fernando Savater cuando afirma que todos los cuentos son coetáneos, todos ocupan el mismo plano en el tiempo, esto es, fuera del tiempo, y que en el fondo, como toda historia fantástica, “los cuentos de hadas son una celebración de la vida. Encantan y fortalecen, y son hoy tan intemporales como lo fueron hace cientos de años”, (Cashdan, Sheldon, 2000, p. 251) o como señala Bruno Bettelheim cuando afirma que  todo cuento de hadas es un espejo mágico que refleja algunos aspectos de nuestro mundo interno y de las etapas necesarias para pasar de la inmadurez a la madurez total. 

Cuando recurrimos a los cuentos maravillosos de hadas, de brujas, de encantamientos, de magia, buscamos alimentar la imaginación de los más pequeños y los invitamos a viajar con gnomos y trasgos, a países de nunca jamás, a los bosques infestados de perversos lobos o al mundo de la alquimia, donde el binomio espacio-tiempo sonoro, no solamente permite construir imágenes, sino que proporciona las claves de un lenguaje simbólico, donde vida y literatura se entrelazan.

La literatura oral es una literatura viva, en constante evolución. Sus numerosos transmisores aportan originalidad al relato cuando cambian algún detalle del mismo o la simple entonación; por ello, el niño y la niña deben recibir los cuentos de tradición oral para convertirse en un nuevo eslabón-trasmisor de historias y engrosar el grupo de autores anónimos, al incorporar su toque personal a la narración oída.

Es la mejor forma de que los cuentos populares perduren en el tiempo, y a la vez estén en continuo cambio, pues todo aquel que relata una historia transmite sus sentimientos, sus anhelos, sus temores, reduciendo o ampliando determinadas partes del relato, hecho que confiere a los cuentos populares el carácter de texto abierto.

Para los niños, según Gonzalo Moure, un cuento es literatura de anticipación, porque tienen toda una vida por delante y porque el mundo del que les habla cualquier cuento no es el mundo que existió, sino el mundo que van a encontrar en el futuro, cuando crezcan, y los ayudará a superar las dificultades que la vida inevitablemente les irá planteando.

            Algunos de los cuentos que se editan actualmente para los más jóvenes lectores eliminan de sus páginas problemas existenciales tan necesarios para la formación de la personalidad infantil como puede ser la vejez o la muerte, a pesar de ser decisivas para todos. En este sentido, afirma Bettelheim: “El niño necesita más que nadie que se le den sugerencias, en forma simbólica, de cómo debe tratar con dichas historias y avanzar sin peligro hacia la madurez. Las historias “seguras” no mencionan ni la muerte ni el envejecimiento, límites de nuestra existencia, ni el deseo de la vida eterna.” (Bettelheim, Bruno, 1986, p. 12)

Estas amputaciones de la vida real en el cuento infantil pueden ser debidas a un afán proteccionista de la infancia como reducto sagrado a mantener incólume y al hecho de haber sido analizada la Literatura Infantil y Juvenil desde posturas pedagógicas, sicológicas, histórico-bibliográficas, sociológicas y literarias, mezclándose en forma confusa.


            LA LITERATURA INFANTIL ACTUAL

Hoy, la LIJ debe enfrentarse a la necesidad de cumplir unos objetivos escolares precisos, que no deben primar respecto a ella, ya que “una pedagogía, en exceso racionalista, ha anulado en buena parte ese sentido de lo maravilloso, de lo fantástico, de lo fabuloso” (Teixidor, Emili, 1999, p. 12) que entraña la lectura.

Gloria García Rivera, por su parte, señala que “el tema de la Literatura Infantil y Juvenil es objeto de una amplia controversia en los últimos años hasta el punto de que algunos críticos han puesto en duda su existencia” (García Rivera, Gloria, 1995, p. 262), coincidiendo con Isabel Borda cuando ésta afirma: “pocas veces un área o disciplina se ha visto tan rodeada de interrogantes como la Literatura Infantil y Juvenil. Se cuestiona su definición, sus límites, sus relaciones con otros campos de la creación y el saber, e incluso, su existencia y legitimidad” (Borda Crespo, Isabel, p. 13)

Ana Pelegrín cita a los historiadores de la literatura infantil Bravo Villasante y García Padrino, para reafirmar el concepto acuñado en los años treinta, en el ideario de la Institución Libre de Enseñanza y en Las Aulas de la Escuela Nueva: la literatura infantil y juvenil se nutre de varias tradiciones culturales: a) la tradición oral; b) las obras escritas y destinadas para niños; c) los textos de autores puestos al alcance de los niños en ediciones infantiles y juveniles. 

Otros investigadores alegan que la Literatura Infantil y Juvenil no es más que aquella que el autor escribió pensando en un público infantil y juvenil; o que los lectores hicieron suyas a lo largo del tiempo con el apoyo de padres, maestros y editores.

Algunos estudiosos de la LIJ se lamentan de que las obras literarias fueron ignoradas por críticos y filólogos; y cuando fueron valoradas y enjuiciadas, lo fueron con criterios pedagógicos o morales y no literarios, mostrándose como un tipo de literatura con características diferentes, y ajenas al conjunto de la Literatura, o como una labor subalterna, cuando en realidad no es tarea fácil escribir para niños y jóvenes.

Victoria Fernández directora de CLIJ defiende tajantemente que en la LIJ “no hay fórmulas, pese a lo que pueden creer autores y editores. [...] En la creación literaria interviene el factor talento, que no admite fórmulas: o lo hay o no lo hay. Y sin talento no hay literatura” (Fernández, Victoria, 1999, p. 37). Por tanto,  los escritores deben ser conscientes de la necesaria lucidez a la hora de escribir y no crear un producto menor, sino exigirse un nivel de excelencia literaria riguroso, y como dice Sierra i Fabra: “Nuestra obligación de escritores es ser honestos con nosotros mismos”.

Además hay que reflexionar sobre lo expuesto por Emilio Pascual para comprender el valor de la Literatura Infantil y Juvenil, cuando declara: “Un escritor no aprende a escribir para niños por contenerse dentro de los límites precisos de unas teóricas fronteras: sabrá que ha acertado cuando el lector niño se sumerja gozoso en sus páginas, aunque para conseguirlo haya transgredido todas las fronteras visibles e invisibles, reales o imaginarias” (Pascual, Emilio, 1993, p. 9). 

            También hay que meditar sobre el contenido que guardan las palabras de García Puelles, publicadas en la revista El Cultural de El Mundo: “Dedicarse al género infantil es como irse de vacaciones en el tiempo, y volver a la infancia. En el juvenil, el atractivo consiste en la dificultad: cómo escribir una novela que interese a los jóvenes, sin hacer concesiones ni que suene a cosa sabida (Muñoz Puelles, Vicente, 2005, pp. 8-9).

Lo expuesto hasta aquí viene a incidir en la existencia de una producción literaria destinada a niños y a jóvenes, que no es ajena a la Literatura en general, sino que por su origen oral, por haber sido escrita pensando en destinatarios muy jóvenes, por la temática tratada o por la edad de los protagonistas, ha sido ideada para un público infantil y juvenil. 

El debate no debe ser ahora sobre la existencia o no de la Literatura Juvenil (LJ), sino de su diferenciación respecto a la Literatura Infantil (LI), ya que la LJ debe buscar su identidad para diferenciarse de la que hasta ahora se ha considerado literatura infantil y juvenil indistintamente.

            LA LITERATURA JUVENIL ACTUAL

En menoscabo de la Literatura Juvenil se han esgrimido, entre otros argumentos, el hecho de adecuarse a su receptor y que este fenómeno rebaja su calidad literaria o es de baja intensidad, sin apreciar que se puede tratar una temática adecuada a adolescentes y jóvenes desde una posición literaria de calidad, como sugiere Miguel Delibes cuando dice que para escribir para niños no hay que escribir como un tonto, remedando la voz la abuelita.

También se añade que algunas obras destinadas al público juvenil difícilmente perduran en el tiempo si el autor abusa del argot juvenil de moda, de las canciones de un momento pasajero o de la serie televisiva que no marcó época.

Enzo Petrini en los años sesenta publicó Estudio crítico de la literatura juvenil, libro que se ocupaba de una literatura que abarcaba desde los álbumes ilustrados, hasta las obras de divulgación científica o de viajes; Petrini consideraba la literatura juvenil como literatura educativa, que gracias a los profesionales de la enseñanza estaba viva, de lo que se desprende que la Literatura Juvenil es educativa en la misma medida que la Literatura General.

En la misma línea insisten eruditos de la Literatura cuando afirman que el reconocimiento de la Literatura Infantil y Juvenil existe y que se debe, especialmente, al interés de un sector de profesionales vinculados con la educación y con los estudios literarios, que han aunado fines, objetivos y criterios coherentes con el ámbito educativo y personal en que se desenvuelven los lectores de LIJ.

La Literatura Juvenil demuestra su razón de existir cuando los profesionales de la enseñanza se enfrentan a un alumnado adolescente, al que desean introducir en el terreno de la literatura, como disfrute y formación de su personalidad, durante la denominada Educación Secundaria Obligatoria y se encuentran con la ausencia de la literatura juvenil del canon literario escolar, obligándolos a replantearse la elección de textos adecuados a sus pretensiones educativas.

Se utilizan los mismos argumentos a favor y en contra de la LJ, como anteriormente se hizo con la LI, cuando lo verdaderamente importante debe ser que dicha literatura responda a los intereses de adolescentes y jóvenes. Así se puede afirmar que la importancia de los libros juveniles radica en el hecho de que a través de esas lecturas los jóvenes pueden desarrollar y afirmar su identidad y escoger su lugar en el mundo cambiante y ambivalente que se presenta ante sus expectativas de vida.

Hay que considerar que no se considera literatura juvenil la que simplemente maneja personajes juveniles o temas de presunto interés para los adolescentes, o aquella que se edita en colecciones destinadas a los jóvenes; sino que se ha de valorar que la Literatura Infantil y la Juvenil, como parte de la Literatura general, y como reflejo artístico de la vida, la historia y la realidad de la sociedad.

Por otra parte, es fundamental asumir que la valoración de toda obra de Literatura Infantil y Juvenil suele proceder de personas adultas: profesores, padres, bibliotecarios, etc., que son los auténticos mediadores entre los libros y sus destinatarios; por lo que el escritor o escritora es consciente de que su obra ha de superar dos obstáculos: el beneplácito de los adultos y la aquiescencia de los jóvenes, para los que cada libro debe resultar una puerta abierta a la recreación y al disfrute imaginativo que la carga moralizante ha enturbiado durante tanto tiempo.

Conseguir que una persona disfrute con la lectura de un texto literario es tarea ardua de lograr, porque escribir un relato solo a base de palabras y convencer a un lector para que lo lea es pedirle su complicidad es, en el fondo, un acto de ilusionismo, ya que únicamente se convierte en placer cuando es activa, creativa y habitual; y para llegar a ello son necesarios el rigor, la soledad, la disciplina y la constancia, ya que la actividad de leer textos literarios es un placer intelectual y, como la mayoría de los placeres del intelecto, exige un aprendizaje costoso que se consigue con los años y con el esfuerzo. 

Además hay que tener presente que el libro en soporte papel como objeto cultural y la lectura tradicional están perdiendo su primacía ya que el lector del siglo XXI se encuentra más cerca del mundo audiovisual porque “los jóvenes navegan por Internet, chatean con sus amigos, leen “on line” mensajes que incorporan los auditivo con lo visual y táctil, diseñan sus blogs, y todo ello con una habilidad y disponibilidad que quisiéramos ver invertidas en la lectura de un libro. (Borda, Isabel, 2006)
           
Y si se trata de fomentar la lectura, lo mejor es partir de la premisa de que leer debe ser divertido y que hay que facilitar el acercamiento a los libros desde los primeros meses de vida del individuo, iniciando el proceso con un primer contacto por medio de los sentidos hasta conseguir que nuestro raciocinio sea capaz de percibir la belleza que encierra la letra impresa.



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